Papa Francesco / Bergoglio (en dos artículos)

 


1) Por qué papa Francesco rehabilita a Lutero.

Publicado el 2-11-2016 en la web de la revista italiana de geopolítica LIMES. Traducido por Administrador, puede verse el original aquí:

https://www.limesonline.com/perche-papa-francesco-riabilita-lutero/95119

PIERO SCHIAVAZZI

A medio milenio de Martin Lutero y a medio siglo de Ingmar Bergman, la catedral de Lund es una vez más el “lugar de las fresas”. En el que la aspereza de los recuerdos evoluciona, se convierte en dulzura de los gestos.

Y donde un diálogo inmaduro madura y experimenta el sabor del Verbo: “Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia …. Pedimos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos”.

Como en el film del director sueco, los muros milenarios, con su magnetismo, capturan la escena de una metamorfosis. Una catarsis que solo el tiempo sabe operar en los protagonistas, ajustando el encuadre e iluminando la zona de sombra. De modo que la primavera llega a otoño, también en una latitud invernal.

Ocasión a no perder para Bergoglio, papa cinéfilo, amante de los maestros de los años Cincuenta: “Con esta nueva mirada al pasado no pretendemos realizar una inviable corrección de lo que ha sucedido, sino contar esta historia de un modo diferente”, ha explicado a su llegada, después del llamamiento efectuado en vuelo a los periodistas: “Ayudadnos a hacer entender”.

Así, con un año de antelación sobre el quinto centenario, Francesco ha transformado la “protesta” de Lutero en fiesta católica, así como canónica. O poco ha faltado. Y ha inagurado las danzas, desenclavando las tesis del monje rebelde de las puertas de Wittenberg, donde fueron fijadas en 1.517, para registrarlas de oficio en la puerta del Jubileo y registrarlas en el libro de los romanos pontífices.

Profundamente agradecidos por los dones espirituales y teológicos recibidos por medio de la Reforma”, recita la declaración común, suscrita con el palestino Munib Yunan, presidente de la Federación Luterana Mundial.

Los historiadores lo llamarán ecumenismo del tango: un transfert de las atmósferas criollas a las escandinavas, una prolongación del Báltico al Río de la Plata. Renunciando a los giros de valzer de los teólogos, que giran en torno a aquello que quieren decir, y avanzando magnánimo en los espacios cortos, como en una milonga de Buenos Aires. Echándose hacia adelante y sabiendo que no puede volverse atrás, en atención a las reglas del baile: “Tenemos una nueva oportunidad …. No podemos resignarnos a la división y a la distancia que la separación ha producido entre nosotros”.

Con el paso doble mencionado, Bergoglio alcanza metas que a Juan Pablo II y Benedicto XVI estarían vedadas, descontando el pecado original de un prejuicio étnico-geográfico: de los ortodoxos rusos al hogar del papa polaco y de los protestantes alemanes a las confrontaciones con el pontífice bávaro.

Dos derby, uno entre eslavos y otro entre teutones, en los cuales las defensas han tenido buen juego, deteniendo las geometrías de Ratzinger, el austero, y las acrobacias de Wojtyla, el condottiero. Pero no las fantasías con el balón en el suelo de Francesco, el maniobrero. Realista y concreto lo necesario para buscar un resultado y llevarlo a casa, antes del minuto 90, que en esta ocasión coincide con la doble clausura, el 20 de noviembre, de Año santo y año litúrgico, en el domingo de Cristo Rey: día en el que elaborará presupuestos y hará cuentas.

Dispuesto a descubrirse, a ceder terreno y a encajar gol incluso, pero determinado, en definitiva, a meter uno más: como en febrero en Cuba, cuando, al encontrarse con el patriarca Kirill, ha sellado con él una especie de “Yalta religiosa”. Un acuerdo de desistencia que compromete a las dos iglesias a no captar prosélitos y a no evangelizar, de facto, en las zonas de influencia de los otros, donde Karol Wojtyla posicionó, en línea defensiva, a sus obispos, con la consigna del marcaje al hombre.

Y como hoy en Lund, no limitándose a rehabilitar a Lutero, sino celebrándolo e incluso pareciendo que quisiese contarlo entre los beatos, con perfecta y significativa sincronización, en víspera de la solemnidad de Todos los Santos. Un paso que Joseph Rtazinger no habría dado jamás, viendo en la reforma protestante, notoriamente, el primer gesto y el incipit de la deriva relativista del pensamiento moderno.

Valoraciones que Bergoglio comparte sobre el plano científico, como demuestran sus escritos argentinos, pero que desaparecen y se desvanecen en un cuadro geopolítico desde el ascenso al trono petrino. Paradoja en virtud de la que el primer papa de la Compañía de Jesús, nacida señaladamente con el objetivo de contrarrestar el protestantismo, encuentra en el enemigo de siempre un aliado, no pensado más que no esperado.

Como en las películas de los superhéroes, cuando los protagonistas expresan antiguas y anacrónicas rivalidades para hacer frente al monstruo: un gigante tecnológico parido por la ciencia y con la intención de destronarlo de su primacía, elevando el relativismo a dogma de fe. O, hipótesis aun más aterradora, un Jurassic World de las religiones, en el que los viejos dinosaurios del catolicismo, del luteranismo y de la ortodoxia dejan de combatir entre sí para conjurar una terrible mutación genética: una nueva especie agresiva, salida del crisol de la historia y capaz de arrollarla, o más bien darle la vuelta, deformando de ella misión y visión.

Hoy, como exactamente hace quinientos años, Europa es de hecho el teatro del enfrentamiento entre dos cristianismos. Pero con una diferencia de fondo, relacionada con el ADN, dado que la disputa no versa sobre el conflicto entre conciencia y autoridad, sino más bien entre igualdad e identidad.

Por un lado, un cristianismo identitario: que después de haber sido liberado de los muros los construye de nuevo, alzando la enseña y vistiendo la coraza de una fe anabolizada e hinchada de proclamas, por fuera, pero esterilizada y vacía de linfa evangélica, por dentro.

Por el otro, el cristianismo igualitario, que reconoce en Bergoglio su bandera y lo sigue entre la exultancia de los fieles y la reluctancia de los gobiernos, preocupados de deber pagar un precio político.

Un debate al que no se sustraen, en perspectiva, ni siquiera las costas de la Suecia feliz, donde el partido xenófobo roza el 15%. Fenómeno que ha llevado a socialistas y moderados a tomar nota de ello, congelando el pacto de unidad nacional hasta el 2.022: una caducidad inconcebible al sol del Mediterráneo, donde las mayorías de disuelven en un santiamén.

Exhortamos a luteranos y católicos a trabajar juntos para acoger a quien es extranjero y a defender los derechos de los refugiados y de cuantos buscan asilo”. Prófugos y migrantes, a los ojos del pontífice, componen entonces el banco de pruebas y la frontera. Móvil, del movimiento ecuménico, donde se concreta el camino común y se testan los cromosomas, la fisionomía, de las iglesias cristianas.

¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?” La misericordia divina, tormento de Lutero, que en el plano especulativo, divide en dos la cristiandad del segundo milenio, se convierte, en el umbral del tercero, en instrumento de renovada unidad operativa: “Sin este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta”.

Sobre el plató bergmaniano de “Fresas salvajes”, Bergoglio recoge los frutos del trabajo iniciado hace cincuenta años y cierra, al mismo tiempo, un clclo productivo, transfiriendo la planta del ecumenismo de la sierra protegida de la teología, donde todo aparece claro e incontaminado, a la selva oscura del mundo globalizado. En un enredo en constante crecimiento que vuelve difícil distinguir el grano de la cizaña.

En las latitudes del gran Norte, el Papa del profundo Sur, en definitiva, ha venido a buscar en el otoño la primavera. Y a invertir las estaciones de la historia. Consciente, en una óptica jesuítica y cinematográfica, “que el pasado no puede cambiarse, pero que la memoria, y el modo de hacer memoria, pueden ser transformados”.



2) “La teología narrativa de papa Francesco”, de Gian Enrico Rusconi

Publicado en la revista italiana PANDORA el 21-2-2018. Traducido por Administrador, puede verse aquí el original:

https://www.pandorarivista.it/articoli/teologia-papa-francesco-rusconi/2/

FRANCESCO BELMONTE

Gian Enrico Rusconi, profesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Torino, en este trabajo aborda el tema de la teología y de la pastoral de papa Francesco, relacionándolas con las implicaciones que declaraciones y escritos papales han hecho nacer.

El autor se mueve escrupulosamente entre las varias obras y declaraciones del papa, concentrándose principalmente sobre las dos exhortaciones apostólicas Evangelii Gaudium y Amoris Laetitia. En todo el volumen, Rusconi se presenta como “un laico que analiza el discurso teológico y su evolución como factores cultural y políticamente significativos para comprender nuestro tiempo” (pág 10). Rusconi no hace un juicio de valor sobre lo aclarado/modificado por el pontífice, sino que se limita a subrayar las aporías o distorsiones conceptuales que la visión bergogliana de las Escrituras puede suscitar. Su objetivo principal es, más bien, el de aclarar aquello en lo que la teología de Bergoglio es diferente a la de la Iglesia Tradicional y las consecuencias que podría tener sobre la Iglesia, sobre los laicos y sobre la sociedad en general.

Rusconi utiliza el adjetivo narrativa para diferenciar la teología de Bergoglio de la teología sistemática de los doctores de la Iglesia contemporánea. Teología narrativa significa reinvención semántica, expresividad emotiva acompañada de flexibilidad conceptual (pág 4). Es una teología que vuelve actual la Biblia, usándola para comentar los acontecimientos de todos los días, es la narración de una historia que continúa, que se hace presente cada día, que nunca queda detrás en cuanto su tarea esencial es la de actualizar la verdad revelada. La teología narrativa sirve para que todos puedan comprender día a día el mensaje de Dios y de su Hijo. El todos debe, sin embargo, definirse en algo más específico. Entonces, con todos se entiende pueblo.

Con este término tocamos otro punto afrontado por Rusconi en su obra: la Teología del pueblo. Esta última, elaborada en Latinoamérica en los años siguientes al Concilio Vaticano II, quería ser una alternativa a la conocida “teología de la liberación” de matriz marxista. Es desde esta base de donde parte la evolución del pensamiento bergogliano. La idea del pueblo del Pontífice es una idea que él mismo define como mística. El pueblo no solo como núcleo religioso y eclesiológico del “pueblo de Dios” sino también como algo pluridimensional.

El pueblo no puede ser entendido como una categoría lógica, en tanto es una categoría mística. Bergoglio, influenciado por el gran teólogo argentino Lucio Gera, no ve al pueblo como fruto de relaciones socio-políticas vinculadas a relaciones económicas (véase la teoría de la dependencia marxista), sino más bien como unido por un ethos común. Citando a Walter Kasper, Rusconi afirma que la teología del Papa es una “teología del pueblo y de su cultura”. En realidad, el Pontífice, en Evangelii Gaudium da una importancia fundamental a la cultura que se convierte en instrumento para comprender las diversas expresiones de la vida. Y es justamente en la primera exhortación apostólica bergogliana donde está escrito:

El ser humano está siempre culturalmente situado; naturaleza y cultura están estrechamente vinculadas. La gracia supone la cultura, y el Don se encarna en la cultura de quien lo recibe” (p. 35).

Misericordia y pecado.

Y es precisamente en un proceso de inculturación evangélica en el que se crea un proceso de transmisión cultural que injerta también la fe en modelos siempre nuevos. En definitiva, la connotación esencial del pueblo en general, y en particular del Pueblo de Dios, es la pobreza. En Bergoglio asistimos a una doble visión de la verdad que por una parte es entendida como situación objetiva y de injusticia, pero por otra parte se resuelve en ser en potencia una situación subjetiva que promueve solidaridad y espiritualidad. El pueblo es idealizado. Y es justamente aquí donde Rusconi se pronuncia, entendiendo casi como irrealista tal visión que no tiene en cuenta, en cambio, las actitudes idiosincráticas habitualmente asumidas por el pueblo con el pueblo. Una comunidad social no es objetivamente lugar de la comunión fraterna, puede serlo, pero puede también no ser así.

Basándose en esta concepción del pueblo, idealizado como depositario natural de la solidaridad social aprendida por la fe religiosa, papa Bergoglio tiende a no aceptar el adjetivo populista referido a partidos y movimientos, recordando la idea del populismo argentino, muy diferente del europeo. Otro punto fundamental de la guía bergogliana de la Iglesia de Roma es su concepción de la teología como subordinada a la pastoral. “Para él, la primacía de la realidad cuenta más que la idea”. No es de la teología de la que se engendra el justo obrar pastoral. Y como escribe Kasper, su conocimiento de la vida no la debe a los libros de teología, sino a la gran experiencia pastoral y religiosa en las favelas argentinas. Es esto lo que hace que pueda atribuírsele una primacía de la realidad sobre la idea. Y en sus declaraciones o en algunos sermones suyos, como en el de la misa en Santa Marta del 21 de mayo de 2016, se hacen notar posiciones casi hostiles a las de los doctores de la Iglesia contemporánea, a aquellos teólogos iluminados “desconectados del pueblo de Dios que creen tener toda la ciencia y la sabiduría”, pero que, “a fuerza de cocinar su teología han caído en la casuística y no pueden salir de esa trampa”.

Toda la pastoral de Papa Francesco está fundada sobre dos conceptos fundamentales: Misericordia y Pecado. Dios perdona siempre todo incondicionalmente, Dios es amor incondicionado y por tanto “Dios es más grande que el pecado”. La misericordia de Dios perdona incondicionalmente el ánimo penitente del pecador, cualquiera que haya sido el pecado. Y también la narración bíblica del pecado original de Adán y Eva asume caracteres completamente diferentes. La narración que enseña “la ira de Dios” se convierte en ocasión para poner a prueba el gesto “misericordioso” de Dios, que después de haber castigado a la pareja, suministra a los malaventurados padres “túnicas de pieles” (Gen 3,21) para revestirse, y, como añade el Pontífice, dara darles valentía.

El esfuerzo hermenéutico del Pontífice, que parece casi menospreciar o al menos reducir el significado de “pecado original”, parece tener como efecto la minimización de la problemática de la expiación y de la punición del pecado. Más allá de todo esto, la aporía observada por Rusconi no puede más que traducirse en la pregunta: si la misericordia de Dios es incondicionada, ¿por qué la misma no se ha manifestado inmediatamente respecto a los padres? Tal pregunta es eludida tanto por Bergoglio como por el papa emérito, que mientras tanto parece estar construyendo una justificación teológica a la perspectiva nueva del papa argentino. Incluso Ratzinger define como “una señal de los tiempos” el hecho de que la idea de misericordia de Dios se convierta en cada vez más central y dominante en la nueva dimensión teológica cristiana.

El pecado, omnipresente en las reflexiones del pontífice, asume un rol fundamental, no como causa específica de todos los males del hombre y de sus sufrimientos, sino como superación de los mismos gracias al amor de Dios.

La Teología en relación al desorden familiar y la irresuelta cuestión del género.

Papa Francesco, además, dirige una atención determinante al órgano central de la Iglesia, la “cosa más bella que Dios ha creado”. La familia como lugar de acogida de la palabra de Dios. La actividad generativa y educativa asume el reflejo de la obra creadora del Padre. También la sexualidad asume una importancia diferente, siguiendo las aperturas de Juan Pablo II. “La corporeidad sexuada no es solamente un torrente de fecundidad y procreación, sino que posee la capacidad de expresar el amor: el amor en el que el hombre se convierte en dueño. El erotismo más sano, aunque se halle unido a una búsqueda del placer, presupone el estupor y por ello puede humanizar los impulsos”.

Los dos dilemas éticos - el matrimonio de los divorciados y el aborto - son afrontados por el papa por medio de la piedra angular de la misericordia. Precisamente en Amoris Laetitia se trata de la posibilidad de poner remedio a las nuevas uniones matrimoniales sin que haya sido anulado del matrimonio precedente. Esto puede ser el ejemplo más claro y explícito de la prioridad del acogimiento antes que de la condena, como recuerda Rusconi, “en nombre de la misericordia y del discernimiento que la acompaña” (p. 99).

El fracaso del matrimonio no debe ser entendido como fracaso personal de la pareja. Es un pecado contra Dios justamente porque el matrimonio es querido por Dios y es la imagen de la trinidad. Aclarado este concepto, sin embargo, en Amoris laetitia se da un paso más. Todos los hijos pueden pecar, pero la humanidad es pecaminosa y la tarea de la Iglesia no es la de castigar, sino que su rol se parece al de “un hospital de campo”. Y así es reevaluado en otra clave el rol de los Sacramentos y sobre todo los de la Confesión y la Eucaristía. “A los sacerdotes recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de tortura, sino el lugar de la misericordia del Señor. Igualmente señalo que la Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un aliento para los débiles”. Por tanto, el perdón es posible, también para los divorciados re-esposados sin que el matrimonio precedente fuese anulado, si tal nueva petición de perdón se liga al arrepentimiento y un nuevo recorrido de fe y de discernimiento.

En relación al aborto, para Francesco ha llevado a cabo un gesto innovador. Ha extendido de modo permanente a todos los confesores la posibilidad de absolver a las mujeres que aborten y aquellos que les ayuden o que las inducen a hacerlo. En la carta apostólica Misericordia et misera se pronuncia así el papa: “puedo y debo afirmar que no existe pecado alguno que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir”. El pecado del aborto, entonces, de ser causa de excomunión, pasa a ser “rebajado” a pecado muy grave, pero absolvible. Precisamente en estas nuevas posiciones, Rusconi ve latente una “evolución del dogma”.

En las últimas páginas del libro, el autor afronta bastante críticamente las posiciones del pontífice en relación a la declarada “guerra mundial de la teoría gender en relación con la familia”. En el párrafo 56 de Amoris laetitia se afirma la diferencia y reciprocidad natural de hombre y mujer, aun distinguibles, por los roles sociales y culturales masculinos y femeninos. Y además el juicio sobre las uniones homosexuales es claro: “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia”. De todo esto nace la necesidad de defenderse de la teoría gender. Pero en relación a ello, interviene Rusconi subrayando la confusión de la Iglesia y de papa Bergoglio en distinguir el concepto de sexo, de género y orientación sexual. Y así, entonces, cualquier idea que pueda tocar uno de los tres temas confundidos, se convierte en ideología gender, que quiere imponerse como pensamiento único. Educar críticamente en el género, en el respeto por las diversas orientaciones sexuales y para quien no se reconoce en su propio sexo biológico (tres cosas diferentes) es asimilado tout court a enseñar que se puede elegir a qué sexo pertenecer y que orientación sexual tener, nuevamente dos cosas distintas (pág 119).

Cuanto se ha dicho del papa ha en todo caso encontrado una notable oposición en la Iglesia tradicionalista, que en un manifiesto con un título inequívoco – La barca de Pedro está sin timón – denuncia “el exagerado y unilateral acento sobre la misericordia” y la selección de eventos bíblicos particulares para llevar a cabo su concepción de la misericordia, devaluando así el concepto “ira de Dios” y de “pecado original”. Se denuncia, además, la incompatibilidad de la posición del papa “con la Sagrada Escritura y/o con la Tradición, y con las enseñanzas de los pontífices precedentes”.

En este punto, se pregunta Rusconi, si estamos afrontando una disgregación de la Iglesia y de su doctrina, como denuncian los opositores de Bergoglio que evocan incluso la crisis ariana del siglo IV. Rusconi responde de modo negativo. No se prefigura un cisma, más bien una evolución latente del dogma. Bergoglio, aun demostrando cada vez estar más en línea con Pablo, Agustín, Tomás, de hecho “recodifica la tradicional doctrina con códigos semánticos-retóricos-metafóricos o míticos, cuya compatibilidad con la versión tradicional es de difícil evaluación” (p. 147).

Imagen: Pixabay.


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