Lorca, “aquel” desaparecido

 


No hay rastro de restos humanos en la fosa de Alfacar”. De modo lacónico y contundente, objetivo y frío, pero expresivo, comienza Reyes Mate su artículo “Lorca, un desaparecido”, publicado en “El País” el 27-12-2.009 y que puede leerse en el siguiente enlace:

https://elpais.com/diario/2009/12/27/opinion/1261868405_850215.html

Efectivamente, podemos leer, no hay “allí” restos humanos. Es “ahora”, por paradójico que pueda parecer, cuando Lorca adquiere el status de “desaparecido”. Nos aborda, pues, una inquietante pregunta, que no es formulada, pero que nos interpela: “¿Qué fue hasta ahora?”. Emerge el concepto de “crimen político”, la memoria se hace presencia como nunca. Y como nunca emerge el pensamiento de aquel visionario que fue Walter Benjamin - tan reivindicado por Reyes Mate -, que nos conmina a rehabilitar los relatos de aquellos que en el pasado fueron silenciados y derrotados.

Llama la atención el autor sobre la condición del desaparecido, cómo se presenta ante nosotros, cómo irrumpe en nuestro presente. No estamos hablando sólo de un asesinato; expresa, además, una voluntad de aniquilación total, de negación del “enemigo”, pretendiendo sustraerlo a la memoria, robar su “futuro”. Aquí establece la analogía con aquella experiencia de industrialización de la muerte y pretensión de aniquilación total que fue el nacionalsocialismo. En el módulo 3, vídeo 3º del curso “Exhumar una fosa común” (Fundación UNED), el Profesor de la Universidad de Minnesota Alejandro Baer nos habla justamente de esto, de la “cultura de la memoria”, que ha tenido en la contemporaneidad en el recuerdo consciente del Holocausto su paradigma más acabado. Porque de crímenes de masas estamos hablando. Y aquí, a la luz del texto del Profesor Mate - y siguiendo lo explicado por el profesor Baer - es necesario también un proceso de “narrativización y codificación”.

Pero el crimen, ocultado, es, y mucho, cosa del presente. Para nosotros es cosa del presente. Hablamos de la contemporaneidad, no tanto porque las víctimas se presenten en el Siglo XXI (que también), sino porque nos vemos transportados nosotros a los años 30, y 40, del pasado siglo. Y en ese contexto debemos emitir juicios.

Borrar las huellas. No dejar rastro. Como hicieron los nazis. Aunque estemos hablando, fundamentalmente, de acontecimientos anteriores a la llamada “Solución final”. Imposibilitar, en cualquier caso, la memoria de las víctimas; en un caso como en el otro se trata de esto. Hablamos, sin duda, en cualquiera de los casos, de una labor minuciosa, de la sofisticada pretensión de construcción de sociedades, de su relación con el poder, con el pasado, con la verdad, con la memoria. Esta sofisticación la percibe Reyes Mate cuando nos dice (aludiendo al concepto de “olvido”) que “nos referimos al borrón de los hechos”, pero también -como ve con agudeza y perspicacia- “a la indiferencia respecto al significado moral y político de estos crímenes”.

Técnica de la muerte, pero también de la desaparición, como estrategia de aquel olvido. Borrar huellas físicas pero también “cancelarlas”, rompiendo el nexo - elemental en la condición humana - entre vida y muerte. Un nuevo tiempo de paz: eso es lo que se niega a la víctima al negarle el derecho a una sepultura pública.

Nace, por tanto, un espectro, una mezcla de ausencia y de ineludible presencia. Toca aquí, el autor, la médula de la vivencia que “el acontecimiento desaparecidos” representa ante nosotros, un “nosotros” que toca más a las familias, pero se expande por todo el cuerpo social.

El artículo “Lorca, un desaparecido” nos habla, en realidad del presente. La mano acusadora señala, también, al presente. Nos habla, en palabras textuales del autor, de la “construcción de la democracia”. Y viene a hablarnos de “calidad democrática”. Como señala el médico especialista en medicina legal Francisco Exteberría en el módulo 2, vídeo 2º del curso “Exhumar una fosa común” (Fundación UNED), nos estamos enfrentando a nuestra propia historia (personal y colectivamente); es “nuestra” historia, “mi” historia. Hay aquí dos elementos: la Implicación emocional y la confirmación de algo que hemos oído. Pues el pasado nos fue arrebatado, pues (señala Francisco Exteberría) “prefirieron no trasladarnos a nosotros aquella desgracia” para protegernos de una dictadura vengativa.

Un delito permanente de detención ilegal”: esto es lo que sobre Lorca se ha cometido y, desde el status de “desaparecido”, perdura. No sobre el autor de “Bodas de sangre”, “Poeta en Nueva York” o “La casa de Bernardo Alba”, sino sobre “un” desaparecido. El uso del impersonal es importante. Y una vez más, agudamente, el Profesor Mate, nos habla de la interpelación al presente, de la responsabilidad de no poder “ya” mirar para otro lado. Tampoco los jueces, poder del Estado y pilar esencial de una democracia.

Del presente, rotundamente, hablamos. Y de política, con la misma rotundidad. Porque es política la causa de la muerte y es política la gestión política del acontecimiento, que se proyecta sobre el presente – indefinidamente - como “desaparición”. Un proyecto político, al fin, anidaba, entre aquellos que asesinaron e hicieron desaparecer. En tanto no se haga justicia con los desaparecidos y no se practique la justicia con aquel proyecto político atroz que sustentó los acontecimientos, todos debemos sentirnos un poco responsables de actuar, de hacer lo posible para poner las cosas “en su sitio”.

Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!”. Son palabras del autor de “Bodas de sangre”. Parecen premonitorias. Son las palabras de Lorca, del desaparecido. Simplemente “un” desaparecido entre muchos.

Ponemos fin con una breve cita del libro "Capital del dolor", de Francisco Umbral (Ed. Planeta), concretamente en la página 99, que nos habla a las claras de la (¿implícita?) distribución de funciones en las fuerzas que subvirtieron el orden democrático: Hay que decir que estas “sacas” las hacían más los falangistas que los soldados o militares en general. Desde el primer día del levantamiento militar, Franco y Mola habían decidido que el Ejército se comportase como tal, disciplinado, sin hacer guerra de guerrillas, y menos de pandillas. Tales alegrías sólo se las permitían a la Falange, con lo que Franco desacreditaba el movimiento creado por José Antonio y, de paso, se beneficiaba de los crímenes falangistas, ya que, en todo caso, las víctimas siempre eran indeseables para la Causa, que ya empezaba a escribirse con mayúscula. Por eso el pueblo, en la posguerra, odiaría más a la Falange que al Ejército”.

Imagen: Pixabay.


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