Bernie Sanders (en tres artículos)

 


1) El intento de conciliar liberalismo y socialismo en la provincia americana.

Publicado en la web de la revista italiana PANDORA el 10-7-2020. Traducido por Administrador, puede verse el original aquí:

https://www.pandorarivista.it/articoli/il-tentativo-di-conciliare-liberalismo-e-socialismo-nella-provincia-americana/?fbclid=IwAR1dmTMd0qW5PCcuEs-frK-xrwPvRzFYcfpI_ba2_x11bgdoQUewbgTV7xk

ENRICO CERRINI.

Las elecciones primarias del Partido Demócrata de los Estados Unidos marcaron la vida política de los primeros meses del 2.020. La competición entre el centrista ex-vicepresidente Biden y el senador radical de Vermont Bernie Sanders, representó la tentativa de conciliar la cultura liberal con la socialista. Primer proyecto de actuación práctica del formulado teóricamente por Giuseppe Provenzano y Emanuele Felice en el artículo aparecido en el número 6/2019 de la revista “il Mulino”.

La reflexión sobre las dos almas del Partido Demócrata acabó el 15 de marzo, cuando Joe Biden y Bernie Sanders participaron en un debate televisivo dirigido a resaltar la



s ideas de los dos últimos contendientes que permanecían en la carrera. En aquel momento, el ex-vicepresidente se dirigía hacia la victoria. El senador de Vermont parece tener en mente alargar su campaña electoral para participar en la confrontación, de modo que plantara las raíces de su propio programa, que parece ser mejor considerado por los electores, a pesar de los exiguos resultados.

Las encuestas de partida realizadas por el “Washington Post” durante las primarias de un Estado obrero, Michigan, dan testimonio de esta contradicción. Según tales sondeos, el 58% de los electores escogió al candidato que verosímilmente puede derrotar a Donald Trump, mientras el 37 % votó el programa que más comparte. El 53 % de esta última franja de electorado prefirió a Sanders, contra lo 39 % que votó a Biden. Viceversa, el ex-vicepresidente fue preferido por el 62 % de los electores que escogieron al candidato que tiene la capacidad de derrotar a Trump.

El debate.

De este modo, el senador de Vermont entendió que había ganado la batalla ideológica contra su contrincante, pero que no era considerado elegible por los electores. Durante el debate, su objetivo se convirtió en el de desplazar lo más a la izquierda posible el programa de Biden, usando la fuerza de la ideas para dejar una fuerte impronta socialista en la carrera a la presidencia. Sanders vio cómo se concretaba tal estrategia, dado que el ex-vicepresidente cedió en algunas cuestiones. Por ejemplo, prometió detener las nuevas subvenciones para empresas petrolíferas y posteriores perforaciones.

Biden respondió con hechos y objetivos concretos a la fuerza ideológica del contrincante, como se ve desde la primera pregunta del debate, inevitablemente focalizada en la emergencia sanitaria ocasionada por el coronavirus. El ex-vicepresidente expuso cuales son los medios que los Estados Unidos pueden poner en juego. En su criterio, la crisis debe ser tratada como una emergencia, utilizando el ejército para efectuar test rápidos y ayudar a las franjas de la población más en riesgo, especialmente los ancianos, Además, entiende necesario garantizarle a toda la población el derecho a los cuidados hospitalarios, exclusivamente mientras dure la emergencia. Visión de un administrador estadounidense de largo recorrido, carente de una particular impronta ideológica.

Al contrario, Sanders mencionó pocas respuestas inmediatas como la ayuda al personal sanitario, para concentrarse en la potenciación de los hospitales y en la  crisis económica que vendrá. Repitió que los americanos deben ponerse en las condiciones de llevar el alimento a la mesa de sus familias y que la crisis debe ser pagada por las grandes multinacionales y no por los ciudadanos. Promovió su reforma Medicare for all, la cual prevé una asistencia sanitaria universal basada en un modelo europeo. En las redes sociales se desparramó la propuesta de garantizar la gratuidad de la futura vacuna contra el coronavirus.

Una posterior diferencia de enfoque emerge de las flechas que los dos contendientes se lanzaron durante toda la campaña electoral. Sanders insistió en la escasa credibilidad de su contrincante para impulsar propuestas de izquierda. Cuando el socialista se comprometía en la defensa de los derechos de las minorías, de la paz y de la asistencia sanitaria, el liberal votaba a favor de la guerra en Irak y de los recortes en el gasto público. El ex-vicepresidente replicó que la población americana no tiene necesidad de una revolución que traerá resultados dentro de muchos años, sino de intervenciones concretas a efectuar inmediatamente.

Las primarias.

Las preferencias aparentemente contradictorias de los electores no representan la única cosa rara de estas primarias. Muchos comentaristas habían vaticinado que la línea radical de Sanders pudiera ser un punto de fuerza en las realidades más desfavorecidas. Se entendía que los ciudadanos indignados contra el establishment se confiarían a quien promete una revolución. De modo similar a lo sucedido en las presidenciales del 2.016, cuando el voto liberal ciudadano resultó favorable a Hillary Clinton, mientras la  provincia americana, golpeada por la crisis, votó a Trump.

La tradicional apertura de las primarias demócratas con los caucus de Iowa el 3 de febrero deparó sorpresas. Sanders quedó por delante en las principales ciudades del estado del Midwest, incluida la capital Des Moines. Las localidades del rural prefirieron, en cambio, a Pete Buttigieg, joven candidato liberal y abiertamente homosexual.

Después de tres dolorosas derrotas, las elecciones en South Carolina del 29 de febrero restablecieron la primacía de Biden en el área centrista y en la comunidad afroamericana. El ex-vicepresidente conquistó todos los condados del Palmetto State, subrayando su fuerza también entre el electorado femenino y los jubilados.

Después de que el centro del Partido Demócrata se compactara en torno a Biden, este último se hizo competitivo también en los territorios en los que no parecía suscitar interés. Ayudado por la competición en la izquierda entre Sanders y Warren, el ex-vicepresidente prevaleció en territorios liberales como Maine, Massachusetts y Minnesota en el Super Sábado del 3 de marzo. En cambio, Sanders se impuso en ciudades como Austin, Boston, Portland y El Paso, además de conquistar California, el estado más poblado, impulsado por una buena puesta en escena entre el electorado de los latinos.

El senador de Vermont sufrió un destrozo en el mini-Martes del 10 de marzo, a pesar de la retirada de Elizabeth Warren. El ex-vicepresidente conquistó tres estados potencialmente favorables al líder socialista, como Michigan, Washington y Missouri. Sanders contuvo los daños en ciudades como Seattle y St. Louis, pero perdió por al menos veinte puntos de diferencia en Detroit, Flint y Kansas City, sedes de importantes comunidades afroamericanas. Respeto al 2016, Sanders perdió 90.000 votos en Missouri y 30.000 en Michigan.

Los datos muestran la amplia coalición creada por Joe Biden, que pivota sobre la comunidad afroamericana. El ex-vicepresidente llevó a cabo una campaña electoral centrada en la igualdad racial y en el control de las armas de asalto. Su retórica sedujo a una comunidad aún conmocionada por la reciente masacre de Charleston, principal ciudad de South Carolina. Aquí, un supremacista blanco asesinó a nueve fieles afroamericanos dentro de una iglesia gospel, con la intención de desencadenar una guerra racial.

Sanders prefiere explicar los resultados afirmando que perdió la batalla para la elegibiidad. Según esta tesis, las mismas clases más endebles que se habrían beneficiado de su programa, lo habrían abandonado por considerarlo inelegible por los principales medios. Ambos argumentos son útiles para comprender la victoria de Biden, pero un concepto matemático podría ayudarnos a explicar otro trozo de esta historia.

Una posible explicación.

Remitiéndose a la teoría de los juegos, el dilema del prisionero es usado frecuentemente para explicar una situación en la que dos entidades podrían beneficiarse de la colaboración, pero encuentran un incentivo para actuar de modo egoísta. En otros casos, el juego de la caza al ciervo, propuesto por el filósofo Jean-Jacques Rousseau, parece más apropiado. En este juego, la cooperación puede fracasar, pero los comportamientos egoístas no dan beneficios.

Dos cazadores obtienen un mejor resultado de la cooperación que le permitiría cazar un ciervo. Ninguno de ellos tiene un incentivo para engañar al otro, porque significaría conformarse con una liebre, cuya cantidad de carne es más pequeña que la de la mitad del ciervo. Al mismo tiempo, una cooperación de este tipo, podría revelarse arriesgada porque uno de los dos cazadores podría cansarse de esperar el premio más grande y conformarse con la liebre, dejando al otro solo esperando un ciervo que no puede matar. Luego, los seres humanos pueden preferir beneficios menores porque no se fían uno del otro y huyen de la cooperación.

Los electores americanos podrían atravesar una situación similar. Las políticas neoliberales cada vez más agresivas podrían haber reducido de tal modo la posibilidad de colaboración demócrata, que la propuesta de Bernie Sanders se convirtió en menos creíble. Una sociedad fragmentada, donde el welfare se redujo a los mínimos términos, cuesta pensarla como una democracia alimentada por los movimientos de base, o de ciudadanos que se unen para hacer sentir su voz y reclamar una asistencia sanitaria universalmente accesible y un salario mínimo, con independencia de su orientación sexual, religión o etnia.

Sanders se presenta como aquel que indica el camino del ciervo. La clase desfavorecida comprende que sería la mejor solución, antes de observar la realidad circundante. Los excluidos del sueño americano se sienten rodeados por los supremacistas blancos, preparados para coger el fusil y por peligrosas gang de jovencitos sin criterio. En las redes sociales actúan de complotistas que prefieren creer que se debe luchar para desmentir el carácter esférico de la Tierra antes que eliminar las desigualdades. Finalmente observan los disparos de Donald Trump desde la Casa Blanca, habitualmente a favor de millonarios y multinacionales sin escrúpulos.

La idea de socialismo democrático parece echar raíces en las ciudades más ricas y en las áreas tradicionalmente liberales, donde los que apoyan esto se sienten bastante fuertes y compactos. La población de Flint, compuesta en su mayor parte por afroamericanos y obligada en el 2.014 a consumir agua potable contaminada por el plomo, demuestra menor entusiasmo. Las clases desfavorecidas legitiman así el liderazgo del liberal Biden, lo cual indica la liebre, no prometiendo revoluciones sino actos prácticos a efectuar en cuanto sea posible.

Al mismo tiempo, la fuerza ideológica de Sanders legitima la tentativa de desplazar los ejes del programa en la dirección del socialismo. De hecho, la sociedad americana no puede permitirse dejar posteriormente deslizarse el Partido Demócrata hacia el centro, orientándose al compromiso con una derecha cada vez más reaccionaria. Eso llevaría a un círculo vicioso en el que el sector liberal, en la tentativa de contener a Trump, legitimaría sus ideales, contribuyendo a desplazar los ejes de la política americana hacia la derecha supremacista. La política de la colaboración social propuesta por Bernie Sanders se convertiría en un espejismo inalcanzable.

En los Estados Unidos, una reconciliación entre liberalismo y socialismo se presenta como necesaria para que la población vuelva a confiar en una coalición de centro-izquierda que sepa ciertamente conquistar los resultados por medio de un enfoque pragmático. Pero que sepa también representar aquellos ideales socialistas que sean capaces de suministrar espacios de democracia a una población castigada por una crisis que no es únicamente económica y sanitaria, sino también social, de ideas y racial. Ideales capaces de enfrentarse con un peligroso deslizamento del eje político hacia derecha, ya no liberal, sino supremacista.


2) Sanders y América: en las raíces de una experiencia política.

Publicado el 4-7-2016 en la web de la revista italiana PANDORA. Traducido por Administrador, puede verse el original aquí:

https://www.pandorarivista.it/articoli/sanders-y-lamerica/

TIZIANO BONAZZI.

Sanders y Trump: dos candidatos anómalos.

El largo camino de la elección presidencial estadounidense se caracterizó este año – fue azotado, en realidad – por la presencia y el éxito de dos candidatos anómalos, Donald Trump y Bernie Sanders, definidos sea como anti-establishment, sea como insurgentssea como populistas, cuando no con adjetivos todavía menos agradables. Trump parte, contra la voluntad de buena parte de los dirigentes de su partido, a conquistar la candidatura Republicana, Sanders fue derrotado por la Demócrata; pero ambos están incidiendo profundamente sobre la política americana. La trayectoria de los dos en el curso de las primarias tuvo resultados diferentes, pero aspectos paralelos. Trump destrua los políticos de un partido del cual no formaba parte, ya fueran esos conservadores moderados, duros y puros o ligados a la derecha evangélica, y conquistó desde fuera, en tanto no es un político profesional, la base Republicana empujada por sus componentes más radicales. Sanders vivió en la política toda la vida, desde la juventud en los movimientos New Left  a las aleccións a alcalde de Burlington, Vermont, después a Diputado, finalmente a senador del mismo estado; pero lo hizo como independiente, una figura política que siempre tuvo un pequeño espacio proprio en la política americana, y se inscribió en el Partido Demócrata solo cuando comenzó la campaña para las primarias en aquel partido. También él intentó una escalada desde el exterior contra reconocidos líderes del Partido Demócrata, aun haciéndolo como hombre político, para lo cual las dos experiencias, la suya y la de Trump, tienen aspectos en común a conectar con una profunda irritación en relación con el establishment político.

La política americana entre continuidad y dinamismo.

La política americana es interpretada fecuentemente por medio de ideas tradicionales, como una fuerte continuidad garantizada por el sistema político, por las leyes electorales y por la Constitución, o por una convergencia en el centro tanto por los electores como por los elegidos, lo que permite que estos últimos, con la complicidad de la descentralización de los partidos, votar saliéndose habitualmente de las líneas del partido. Dos especificidades que tienden a darnos una taxonomía de la política americana marcada por el equilibrio, por la mediación, por el compartir valores. Lo que, siendo cierto en una no pequeña parte, es insuficiente, porque si lo tomamos como punto de referencia, perdemos de vista una característica aun más importante, el extremo dinamismo de la política americana y su dureza ligada a profundos enfrentamientos en las ideas. La representación de una escena americana estable y con poca controversia es, en realidad, una herencia de la ideología de la Guerra fría, que interpretaba de este modo a los Estados Unidos para exaltar la moderación de los mismos así como el pacífico consenso en torno a pacíficos ideales de libertad contra el comunismo. No hay necesidad de recordar que la más trágica guerra civil del Ottocento fue la americana, con 650.000 muertos, y que entre Ottocento y Novecento más allá del Atlántico la lucha de clases fue durísima y sangrienta; basta tener presente que el enfrentamiento entre conservadores y progresistas avanzó en tregua a lo largo de todo el Novecento con victorias alternativas de unos y de los otros. No es fácil entender como meter en un cuadro único la historia de éxito de los Estados Unidos, su ascenso al poder mundial, con la recién señalada dinámica de luchas y de enfrentamientos duros y profundos. Un solo caveat, desde el momento en que el tema en este ámbito no puede no quedar en el trasfondo, es el de no oponer otras ideologías a la ideología americana de la continuidad pacificada de la historia estadounidense. Al lado de esto, hacer notar que los Estados Unidos fueron y son un país no sólo geográficamente enorme, sino además de una extrema complejidad y parcelación socioeconómica y cultural que para permanecer unido se dotó de instituciones que dividieron el poder político en una especie de cambiante laberinto. Si es verdad que visto desde fuera, sobre la base de su política exterior por ejemplo, aparecen como un dios o un demonio de la voluntad única, porque la Constitución y la tradición organizaron las instituciones y el proceso decisional en este campo, en el interior son un continuo hervidero de grupos, movimientos, iniciativas, constantemente en movimiento y en lucha entre ellos.

Neoliberalismo y sistema político.

La actual fase política tiene raíces que pueden remontarse a hace medio siglo, a los años ‘60 y a las revueltas que los marcaron y que hicieron saltar el acuerdo entre las corrientes mayoritarias de Demócratas y Republicanos con la enseña de un welfare state moderado y de la cooperación entre big government, big business y  big unions, que se remontaba al New Deal. Desde entonces, comenzó un rescate conservador bajo la bandera del neoliberalismo, de la financiarización de la economía y de un retorno a valores tradicionales, que le dio un rol de protagonista también a las iglesias cristianas evangélicas y fundamentalistas más conservadoras. La respuesta liberal se manifestó con éxito en el campo de los derechos sexuales y en los de las mujeres, de las minorías étnicas y de los inmigrantes, además de los temas ambientales. Cosa que llevó a una ruptura social profunda entre las clases medias urbanas más escolarizadas, que se convertiron en los portaestandartes de tales derechos, y los grupos sociales de renta inferior, menos escolarizados y/o que viven en la inmensa provincia agrícola americana. En el campo económico, en cambio, la clase dirigente del Partido Demócrata, tanto con el Presidente Clinton como con Obama, eligió el camino de un apoyo a la globalización y a las empresas y tecnologías más avanzadas que amplían las posibilidades de carrera de las clases profesionales y técnicas medio-altas que son en su mayor parte Demócratas. Pero estas mismas clases no son favorables a medidas de redistribución de la renta y de control de la economía, para las que no existió una seria política dirigida a reducir las desigualdades económicas y se prefirió llevar a cabo medidas de welfare de gran impacto – y extremadamente divisorias – como el Obamacare.

Como consecuencia, lo que es una característica bien conocida del sistema político americano, el gobierno dividido – quiere decir, la presencia de un Congreso en el que uno o los dos polos es controlado por un partido diferente al del Presidente -, que funciona cuando existe un terreno común entre las partes que puede llevar a acuerdos y compromisos, cambió de naturaleza. Los republicanos han, de hecho, conquistado primero la Cámara de Representantes, y después el Senado; pero lo hicieron bajo lo empuje del movimiento del Tea Party y de su extremismo popular azuzado y alimentado por grandes magnates conservadores como los bien conocidos hermanos Koch. Aunque diversificado y sin una dirección central, como es usual en los movimientos políticos americanos, el Tea Party representa aquellos estratos sociales que se mencionaron antes, que se sienten marginados en una sociedad cada vez más alejada de sus valores y en una patria amadísima que ya no les ofrece el sentido de supremacía ideal que los había alimentado durante la Guerra fría y que en los años ‘90 los había hecho soñar con una “Nueva Roma” americana dominadora mundial indiscutida. Sobre esta base, el gobierno dividido dejó de funcionar, dando lugar a un enfrentamiento sin exclusión de golpes que frecuentemente ha llevado a gridlock, al punto muerto, como ahora en relación con la sustitución del juez de la Corte Suprema Antonin Scalia, fallecido en febrero de este año.

Y no pocos casos de corrupción de políticos de ambos partidos, sea a nivel federal o estatal, han mermado, por contra, la credibilidad de la clase política en su conjunto y llevaron a la tentativa, por parte por ejemplo del Tea Party en el Partido Republicano, de sustituirla con personas nuevas. Maniobra habitualmente exitosa, pero que ha llevado a resultados desastrosos porque los nuevos elegidos habían sido preferidos no en base a su capacidad, sino a su radicalismo ideológico.

Después del 2.008, el Partido Demócrata sufrió dos derrotas electorales tanto a nivel federal como estatal; pero hasta las últimas primarias fue menos tocado por la insurrección anti-establishment también por ser capaz de llevar a Obama a la Casa Blanca. Pero es verdad que la irritación social tocó a los electores más próximos, como los jóvenes profesionales y los universitarios que le dieron vida al movimiento Occupy Wall Street del 2.011 en New York. Con la ocupación durante un par de meses de un parque público próximo a Wall Street, el movimiento representó una protesta contra la desigualdad económica y el mundo financiero y convirtió en popular el slogan “Somos el 99%”, con el que pretendía hacer palpable la antidemocrática concentración de la riqueza en las manos de un restringido círculo de grandes financieros e industriales.

Aunque el sistema político continuara funcionando normalmente, los Estados Unidos de los años 2.000 fueron recorridos por continuos movimientos de protesta que atravesaron la sociedad en toda dirección y que incluso durante las últimas primarias salieron a la luz definitivamente.

El fenómeno Sanders y sus razones.

El fenómeno Sanders, como el Trump, no es explicable con las categorías sociopolíticas propias del Novecento porque la sociedad americana se caracterizó siempre por tener una gran velocidad de cambio, no es reconducible a él – ni siquiera aquellas más específicamente americanas del pasado siglo, que hacían de difícil aplicación a su contexto análisis de clase de tipo italiano -.

Muchos politólogos y observadores políticos americanos se sirven de dos explicaciones para dar cuenta de la revuelta anti-establishment a la que estamos asistiendo. La primera pasa por la identificación de dos tipos de jeraraquías sociales en los Estados Unidos, una jerarquía del dinero y una del estatus. La del dinero no rechazada de por sí, porque es admitida por una tradición fundante de la cultura americana, la de la autonomía individual que se obtiene con el trabajo y con los resultados que del trabajo se obtienen. Una autonomía personal y ética que premia económicamente a quien sabe expresarse mejor en el trabajo y que ya Max Weber había identificado. Lo que hoy está bajo ataque no son la riqueza y el capitalismo, sino los inaceptables desarrollos de ambos que se produjeron desde los años ‘90. La segunda es la jerarquía de estatus, que se impuso con la sociedad postindustrial y la globalización, que llevó a las cumbres de la sociedad una class of professionals, esto es, aquellos que tienen títulos de estudio postuniversitarios y que ocupan puestos de alta responsabilidad directiva o profesional. Se trata de personas que ponen el conocimiento como requisito primero de estatus social, que son muy liberales en materia de reconocimiento de los derechos y de reconocimiento de la alteridad, pero conservadores sobre su puesto de trabajo, que son contrincantes de los sindicatos porque tienden a restringir la competición y tienen poca consideración por los trabajadores de nivel medio o bajo. Procede decir que la política económica de Obama los premió combatiendo (...) la desregulamentación de Wall Street, apoyando los acuerdos de libre comercio internacional y volviendo más flexible el trabajo. Contra este tipo de jerarquía de status se rebelaron los movimientos de protesta de los años de Obama y lo hicieron tanto los de derecha con el Tea Party, como los de izquierda con Occupy Wall Street.

La segunda explicación atingue a la crisis de la clase media, que nos años 2.000 se debilitó mucho. Pero procede especificar que se entiende por middle class en el vocabulario político americano. Realmente, estamos ante una construcción histórica e ideológica con la cual se expresa un ideal sociopolítico, el de las posibilidades para todos, o mejor, para quien es capaz de convertirse en autónomo con el trabajo, de realizar un proyecto de vida proprio que, a partir de la Segunda guerra mundial fue el de participar plenamente en la sociedad de consumo y poder darle un porvenir ainda mejor que el proprio a los hijos. Idealmente, a la clase media pertenece el 90% de los americanos. Queda fuera la upper class de los muy ricos y la under class de quien está en el límite de la supervivencia, según se piensa habitualmente, por su propria culpa, los “pobres sin méritos” según la definición ottocentesca.

En realidad, este ideal de clase media fue siempre un ideal o una ideología sobre todo de los blancos, aunque el mismo término “blancos” fue cambiando con el tiempo para incluir a aquellos inmigrantes de la Europa meridional y eslava que en una época no eran consderados muy blancos.

A partir de los años `70, una parte de esta “clase media”, aquella que llamaremos clase media inferior, se sintió amenazada en sus valores religiosos y morales y abrazó el neoconservadurismo. Hoy, después de la crisis de 2.008, se siente amenazada también económicamente por el gran número de puestos de trabajo desaparecidos la causa de los acuerdos de libre comercio como el NAFTA y por el outsourcing, así como la competencia de las minorías étnicas y de los inmigrantes ilegales en un mercado de trabajo accesible a esta franja social sólo en los oficios menos cualificados e infrapagados. A esto debe sumarse una revuelta contra la modernidad de las costumbres y contra el fin de la supremacía americana con una situación de creciente inseguridad económica que dio lugar a la revuelta contra el establishment de la política, contra los políticos que nunca trabajaron, que son corruptos y a los cuales no les importan nada los ciudadanos americanos.

Podemos hacer partícipes en la crisis de la middle class también al descontento generacional en una nación que, tanto por la tasa de natalidad como por la inmigración, es sin duda joven. Un descontento juvenil que entre las franjas sociales inferiores es sobre todo falta de futuro y de normas sociales de referencia que conduce a la marginalidad, y entre aquellas medio altas o más motivadas existe la sensación de que se clausurara “el ascensor social”, la posibilidad de emerger por medio del trabajo o por medio del estudio. Otra componente de un cuadro social muy irregular y extremadamente complejo al cual debería añadirse la diversidad de las situaciones sociales culturales en las tantas y diversas partes del país. De todo esto la agitación, la protesta, la revuelta que tuvieron las recientes primarias como pico de caída.

Bernie Sanders: vida e ideas.

Bernie Sanders, presentándose a las primarias Demócratas, se centró en representar los elementos de izquierda de esta compleja situación, y tuvo éxito. Sanders se define y ama decirse socialista; pero qué significa esto es difícil de determinar. Personalmente, prefiero definirlo un radical en la tradición del radicalismo estadounidense y entiendo que su mismo definirse socialista es un modo fuerte para imponer, sirviéndose de un término prácticamente inaceptable en el discurso político americano, su calidad de radical. Los movimientos radicales en los Estados Unidos fueron innumerables, organizados en un partido o no, ligados al Partido Demócrata o no y, dado que muchos de ellos puedan haberse sentido parte de ideologías socialistas y comunistas, anarquistas y agrarias, su característica principal es la de combatir, apoyados por una fuerte carga moral, la fractura entre los ideales de libertad y democracia de la tradición americana y la realidad de los hechos. Tales son los movimientos New Left de los años ‘60, radicales en tanto pretendían convertir en real, sustancial, la democracia americana por medio de la llamada “democracia participativa”, luchando contra la democracia existente, que entendían que era únicamente electoral y formal. El radicalismo estadounidense siempre miró favorablemente las iniciativas desde abajo, las formas de comunitarismo a nivel local, un fuerte welfare y normas tendentes a impedir el afirmarse de grandes concentraciones industriales y financieras; mucho más raramente y a un nivel ideológico más que concreto ha perseguido la superación del individualismo y del capitalismo.Probablemente es más apropiado definir a Sanders un populista, término que más allá del Atlántico tiene una connotación bastante menos negativa que la de  socialista y que, desde muchos puntos de vista, es asimilable a radical. El populismo, que tiene su antepasado más ilustre en el People’s Party de los agricultores del oeste a finales del Ottocento, siempre tuvo un carácter económicamente radical y políticamente comunitario, aun siendo frecuentemente tradicional en sus valores religiosos y morales, y combatió por el pueblo de los honestos trabajadores contra los pocos que tienen en su mano el poder político y económico y contra sus “máquinas de partido” – lo que hoy llamaríamos establishment politico-. Los populistas fueron siempre insurgents, rebeldes del abajo y su semejanza con cuanto está sucediendo ahora en los Estados Unidos – con Trump, no únicamente con Sanders – es significativa. La biografía de Sanders indica que estamos delante de un bueno americano que pertenece a la corriente radical del New Deal, aquella que se remite al famoso discurso de F.D.Roosevelt del 1.944 sobre las “cuatro libertades” a garantizar para todos los americanos. Él se movió siempre en este contexto desde los días en que era líder del Students no Violent Coordinating Committee, una de las principales organizaciones estudiantiles NewLeft. Después de esta experiencia, habiéndose transferido a Vermont, fue candidato de pequeños partidos locales (también la constitución de partidos estatales y locales que se centran en la organización de la protesta y apoyar single issues forma parte de la tradición radical americana) y se convierte en alcalde de Burlington como Independiente.

Posteriormente, moviéndose con destreza entre las diversas facciones del Partido Demócrata de Vermont sin entrar nunca en él, fue capaz de ser elegido como Independiente primero a la Cámara de Representantes, después al Senado. En Washington fue un estrecho aliado de los Demócratas, con los cuales votó siempre; pero se diferenció por el constante ataque a las desigualdades económicas y por un comportamiento no intervencionista en política exterior, que lo llevó la decantarse contra las dos guerras de Irak. Su voto más significativo, en mi criterio, fue, de todos modos, contra el Patriot Act, impulsado en 2.001 por el Presidente George Bush Jr. para combatir el terrorismo y que él entendía una Ley peligrosa para la libertad de los americanos en tanto concedía, entre otras cosas, el acceso por parte de los órganos de seguridad a informaciones personales de los ciudadanos. Su línea política fue, entonces, constantemente aquella que ya tenía en los años ‘60, cuando se había opuesto a la guerra en Vietnam, cuando había apoyado los derechos civiles y políticos de todos los americanos y había luchado contra el complejo militar-industrial. Lo que cambió es quizá su haber acentuado durante las primarias su movimentismo y populismo.

Luego, hay un hilo rojo que recorre la biografía de Sanders y que explica su cambio de ruta y la decisión en el 2.015 de entrar en el Partido Demócrata para presentarse a las primarias. Un movimiento que podría parecer incongruente después de una vida política fuera del Partido; pero Sanders es un político puro, un profesional de la política, no un agitador, y su decisión fue completamente política. Realmente, él captó el crecimiento del descontento y la levadura de lo que antes se dijo, en particular el hecho de que el movimiento Occupy Wall Street no se apagó con su final cuando acabó la ocupación de Zuccotti Park en noviembre de 2.011; sino que, esto también en línea con la tradición radical americana, continuó viviendo en iniciativas políticas locales single issue ligadas a la protesta contra la desigualdad económica, los bajos salarios y la indebida influencia de las corporations y de los lobbistas. Sanders entró en las primarias apoyándose en estas iniciativas, creando una organización desde abajo y sirviéndose de una retórica anti-establishment que le dio voz a cuanto pensaban muchos electores del Partido Demócrata.

Su éxito está sin duda conectado con las dificultades del Partido Demócrata con sus mismos electores y con la “fortuna” de haberse encontrado ante una contrincante como Hillary Clinton, que representa el establishment más puro del partido y las corrientes moderadas. También su derrota, de todos modos, está concetada a aquella “fortuna” y a su reverso, la otra cara de la medalla, representada por el hecho de que la moderación es la fuerza del Partido Demócrata. Si todavía una vez más intentamos usar el lenguaje político americano, la fuerza de Sanders no nace del beer track, la “pista de la cervezade la clase obrera y de las franjas sociales medio-bajas que desde hace décadas eligen mayoritariamente al Partido republicano y hoy a Trump o, si están sindicalizadas, al ala tradicional – neocorporativa si se quiere – del Partido Demócrata. No nace completamente ni siquiera del wine track, la más exquisita “pista del vino” de los directivos, de los jóvenes profesionales, de los creativos, muchos de los cuales están desinteresados de la política o se sienten representados por el centrismo Demócrata. No recoge mucho ni siquiera entre los grupos étnicos negros y latinos, también ellos, particularmente los primeros, próximos al welfarismo Demócrata tradicional. El fulcro de su apoyo proviene de los descontentos de los blancos más secularizados hasta los 45 años con una buena carrera que la crisis económica convirtió en insegura, de los creativos de la industria y de las profesiones, del vastísimo mundo académico y de la investigación en todos sus aspectos profesionales. En definitiva, de los sectores sociales más atentos a los obstáculos que la modernidad obscena que ellos representan encuentra a causa no únicamente del consevadurismo social y del tener que someterse habitualmente a la voluntad de los potentados económicos, sino también del favor que el establishment Demócrata muestra en relación con estos últimos.

La fuerza propulsiva de Sanders, de todos modos, procede de cuanto se preservó en la sociedad americana de las ideas de la tradición ética y política que se remonta a los años ‘60 – y no es poco -, además de los jóvenes, los llamados millennials. Estos últimos acogieron con entusiasmo el mensaje y Sanders porque lo sintieron moralmente directo y puro en una realidad en la que captan sobre todo la presencia de la corrupción del poder que amenaza sus ideas y ambiciones. Se trata de una revuelta generacional más fuerte y de signo opuesto a la que se manifestó en los años ‘80 y que se dirigía en dirección contraria, hacia la derecha religiosa y el neoconservadurismo. Es importante aclarar que, de todos modos, como ya para el NewLeft, nos encontramos sobre todo ante jóvenes ambiciosos de las clases medio-superiores – y sus familias -, que desearían entrar en aquella jerarquía de estatus de la que antes se habló. La ambición de ellos es estudiar, sobre todo a nivel post-licenciatura, en las mejores Universidades (aproximadamente 200 sobre más de 4000 college y universidades americanas), que son también muy costosas. En los Estados Unidos existe un vasto sistema de préstamos universitarios gestionado por específicas sociedades aseguradoras y financieras nacido para ayudar a los jóvenes en los estudios y que por bastante tiempo pareció una solución para muchos jóvenes procedentes de familias de renta media y medio-baja, pero que con el tiempo se transformó en un sistema si no usurero al menos custosísimo, tanto por el crecimiento exponencial de las tasas universitarias como por la voluntad de darle beneficios a quien concede los préstamos. Actualmente, es normal que los licenciados permanezcan durante muchos años con la soga en el cuello de las deudas por pagar y esto, a los ojos de muchos, bloqueó el principal “ascensor social” de una sociedad postindustrial y competitiva como la americana. Incidiendo sobre este descontento, Sanders se dotó de un grupo entusiasta preparado para trabajar políticamente para él en los caucus y en las campañas electorales.

A la luz de cuanto se ha dicho, deben ser vistas las propuestas políticas de Sanders, que no apuntan a derribar el sistema americano, sino a acomodarlo al ideal de base de la sociedad americana, una libertad individual efectiva no impedida por estrangulamientos que le impidan a la mayoría realizarla. No se trata principalmente de lo que en nuestro vocabulario político llamamos igualdad social, aunque contenga fuertes dosis de justicia social a partir de medidas para impedir las actualmente increíbles desigualdades de renta no solo entre lo 1% y el 99%, sino entre una facción de aquel 1% y el resto de los ciudadanos y para volver a poner en marcha “el ascensor social” que le permita a la middle class recuperar posiciones. Sanders, realmente, ha reiterado más veces querer un level playing field, unas reglas de juego iguales para todos, una demanda de verdadero americano, no de socialista europeo. No se trata, realmente, para él, de alcanzar la igualdad en los resultados, esto es, de la igualdad de todos al final de la carrera, sino a la igualdad en las condiciones de partida, de modo que en la carrera de la vida nadie parta con desventajas de salida. Después, cada uno obtendrá los resultados que sea capaz de alcanzar en base a los objetivos y a las capacidades personales. Un ideal, el de level playing field, que encontramos entre sociólogos, politólogos e intelectuales de ideas políticas también bstante diferentes durante la Guerra fría y, aun antes, en el New Deal y en la etapa progresista de comienzos del Novecento.

¿Más allá de la derrota?

Aun habiendo cosechado más de 12.000.000 de votos, Sanders fue derrotado en las primarias por Hillary Clinton porque el Partido Demócrata no cedió como en el caso de Trump y de los Republicanos. La presencia de un Presidente Demócrata fue, en relación con esto, sin duda importante, pero a eso deben añadírsele otros elementos y particularmente dos. El primero tiene relación con la lucha de Sanders contra las desigualdades de renta que están poniendo en crisis a la clase media. Su programa de subir el salario mínimo, aumentar los impuestos sobre los patrimonios altos y luchar contra la transferencia al extranjero de puestos de trabajo y de enteras industrias, está perfectamente en línea con su visión política, pero el defecto de ser color blind, de promover la que se llama vertical equality, esto , una mayor igualdad entre franjas sociales. En los Estados Unidos esta propuesta choca, de todos modos, contra las demandas de negros y latinos que, desde siempre discriminados, son contrarios a políticas económicas que no tengan presente el “color” y piden una horizontal equality, esto es, la igualdad entre los blancos y los otros grupos étnicos a promover con políticas idóneas. Esto y el hecho de que, los afroamericanos particularmente, han identificado desde siempre en el establishment Demócrata su punto de fuerza, los ha llevado a preferir a Clinton que a Sanders. El segundo elemento de debilidad del programa de Sanders es su ataque general y genérico a Wall Street. Y, de hecho, ha dado la impresión de tener una posición más ideológica que concreta y nunca fue capaz de hacer creer que conocía verdaderamente el increíbelmente complejo mundo de las finanzas globales y poder formular propuestas concretas y practicables. Lo que ha puesto en contra a muchos de entre los progresistas de las profesiones y de los niveles directivos que en aquel mundo viven y que entienden que la Clinton es, con su moderación pragmática, más adecuada para orientarse en ese punto.

Esto en nada contradice el éxito de Sanders, pero es indicativo del hecho de que, si el establishment del Partido Republicano está en plena confusión, el electorado Demócrata difiere todavía más de su dirigencia. Pero es lo cierto que el partido está profundamente dividido según líneas que reflejan las fisuras que se vinieron manifestando desde los años ‘60 y que se acentuaron en los años 2.000 a causa de los velocísimos cambios que el país está atravesando y de los conseguientes desequilibrios. Luego, no es casual que Sanders continúe obstinadamente manteniendo alta su bandera, aunque el ritual de la tradición política americana le pida al candidato derrotado alinearse en lo sucesivo con el vencedor en nombre de la unidad del partido y de la necesidad de ganar las elecciones.

Él es demasiado buen político para no entender que si el candidato Sanders es derrotado el “sanderismo” vive, esto es, para comprender que el partido está dividido en dos y que la parte minoritaria tiene aun buenas cartas por jugar. Durante las primarias, Sanders acentuó su movimentismo y populismo, pero ahora comprende que es en el partido donde puede jugar sus mejores cartas. Estamos ante un político 100%, que persigue como profesional sus programas. Un político serio y de raza, pienso, que no hace volteretas y piruetas, sino que está preparado para adaptar a las situaciones su estrategia. La acción desde abajo era útil para entusiasmar al electorado durante las primarias. Ahora el partido vuelve a ser el centro de su atención y es un partido que él entiende que está debilitado y dividido y que continúa su batalla, no para destruilo, sino para comenzar a cambiarlo. Es muestra de eso el intento de influenciar la “plataforma”, esto es, el programa de los Demócratas que deberá ser aprobado por la Convención. Habituamente, la  platform electoral no tiene mucha importancia y contiene las cosas más diferentes para contentar a los grupos más dispares. Sanders, en cambio, con la fuerza de sus millones de votos, entiende que puede ser la ganzúa para hacer desplazar hacia izquierda el eje del Partido e influenciar a los candidatos – no sólo a Clinton, sino también a los de las elecciones al Congreso y en los estados -. Su intento, de momento, es, entonces, el de trasladar sus ideas al interior del partido, de institucionalizarlas, si se quiere.

Se trata de una batalla que no sabemos aun cómo acabará. La Clinton ciertamente que no tiene intención de ir a las elecciones con una platform demasiado de izquierdas que la convertiría en vulnerable a los ataques de Trump y la alejaría de franjas de su electorado, pero no puede ni siquiera darle con la puerta en las narices a Sanders y a sus electores. Resuelto, ya veremos como, el problema del programa, habrá que ver el resultado de las elecciones y la capacidad de Sanders de mantener vivo su movimiento después de él. Será una operación difícil e innovadora, porque los partidos americanos son descentralizados y representan grupos sociales y realidades locales diversificadas que tienen en las elecciones su momento unificador, por lo que se trata en muchísimos casos de “máquinas de partido” electorales que representan grupos de presión locales o adaptados a las realidades locales. Al mismo tiempo, los movimientos radicales y populistas, también ellos nunca centralizados, tienen una historia de continuas disgregaciones y reunificaciones, una continuidad en la más pura discontinuidad que no los hace aptos para institucionalizarse. Sanders pretende cumplir el milagro de unir dos elementos tan distantes porque está en su personal naturaleza ser al mismo tiempo populista y movimentista y político del Congreso y de las instituciones.


3) La política exterior según Bernie Sanders.

Publicado el 25-3-2016 en la web “glistatigenerali” el 25-3-2.016. Traducido por Administrador al español, aquí puede verse el original:

http://www.glistatigenerali.com/america-mondo_geopolitica/la-politica-estera-secondo-bernie-sanders/

STEFANO GRAZIOSI.

El enfrentamiento para la nominación demócrata entre Bernie Sanders y Hillary Clinton ha tomado ahora la forma de un duelo despiadado: con el candidato socialista que repetidamente ataca a las altas esferas de las finanzas americanas, invocando al mismo tiempo la lucha contra la desigualdad y la defensa de los puestos de trabajo. Una visión radical, que busca principalmente atraer el electorado de izquierda: el gran punto débil de una Hillary considerada aun por muchos demasiado moderada y por eso incapaz de representar de modo creíble los intereses de la middle class.

Y Sanders lo sabe bien. Sobre todo en el curso de los debates televisivos, no pierde nunca ocasión de tachar a los adversarios de conservadurismo y sumisión en lo sustancial a los generosos financiadores de Wall Street (Goldman Sachs a la cabeza). Y justamente cuando en los debates son afrontados temas de domestic policy, la ex primera dama se encuentra habitualmente constreñida a una posición defensiva: en permanente dificultad para justificar su propio pasado centrista y las grandes financiaciones que recibe, ante un electorado cada vez más inquieto y anti-sistema.

Sin embargo la rueda gira. Y las cosas a menudo cambian cuando se pasa a las cuestiones de política exterior. Aquí es donde generalmente Hillary se hace más enérgica. Más agresiva, segura. Y esto no solamente por su anterior experiencia como secretaria de Estado durante el primer mandato de la administración Obama (de 2.009 a 2.013). Sino también porque, viéndolo bien, bajo muchos aspectos la foreign policy representa uno de los puntos de mayor controversia en la oferta política de Sanders.

Sobre todo por el factor de la experiencia. En primer lugar alcalde de Burlington y senador de Vermont desde el 2.007, en el curso de su carrera el candidato socialista no ha mostrado nunca un excesivo interés por las problemáticas de Exteriores (en el Senado ha sido parte de comisiones propias de otros sectores: Budget, pensiones, Ambiente, Energía, Mayores).

Justamente por esto, desde el staff de Hillary no hacen más que acusarlo de inexperiencia y sustancial “ingenuidad” sobre el tema. Una acusación parcialmente fundada, vista la evasividad con la que Sanders frecuentemente responde a las preguntas en materia de política exterior. Y Hillary no pierde ocasión para conectar el tendencial aislacionismo del adversario a la inexperiencia. ¿Tiene razón? ¿Se trata de ataques capciosos o existe algo de verdad? Pero por encima de todo: ¿qué sostiene específicamente Sanders en sus propuestas de foreign policy?

Si hablar de aislacionismo puro quizá se presente como excesivo, está fuera de discusión que las perspectivas del candidato socialista resultan diferentes de las de Hillary. A nivel general, él ha declarado en muchas ocasiones que América debe defender, sin duda, sus propios intereses y la libertad de otros. Pero debe hacerlo por medio en primer lugar de la solución diplomática, dejando que el recurso a la fuerza no sea más que la última opción. Una posición, en sí misma, muy genérica, que probablemente la mismísima Hillary podría suscribir. Otra cosa es descender después a los problemas concretos, donde las diferencias emergen.

Tomemos la cuestión del Estado Islámico. Los dos adversarios se dicen favorables a la creación de una coalición que implique en primer lugar a los estados medioorientales (de Jordania a Arabia Saudita). Pero mientras Hillary no excluye de ningún modo una intervención estadounidense militar directa, Sanders se presenta siempre mucho más cauto sobre la cuestión y con la boca pequeña ha hecho casi entender que es profundamente reacio a tal eventualidad.

Trazos similares se presentan también en relación con Rusia. Mientras la ex secretaria de Estado ha siempre mostrado una actitud indisimuladamente agresiva hacia Vladimir Putin (no excluyendo en modo alguno el recurso a la opción militar), Sanders mantiene también en este punto una cierta cautela un poco genérica, invocando presiones internacionales y la primacía de la vía diplomática.

Situación bastante afín con el conflicto israelí-palestino, respecto al cual el candidato socialista de origen judío está adoptando una posición tendente a la neutralidad: ha sostenido que atrocidades e injusticias han sido cometidas por ambas partes y que el rol estadounidense debería ser el de favorecer una negociación capaz de llevar a la creación de dos estados separados. Nada más contrario de la perspectiva de Hillary, tendente por contra a una política más abiertamente filo-israelí.

Más en general, la polémica entre los dos rivales afecta precisamente al intervencionismo estadounidense. Durante el debate televisivo del pasado 11 de febrero en Milwaukee (en Wisconsin), Sanders lo ha criticado ásperamente, afirmando que las guerras dirigidas por América para destituir a dictadores acaban después a menudo produciendo áreas de inestabilidad. Y en seguida ha apuntado con el dedo contra la guerra en Iraq: uno de los leitmotiv principales de la campaña de Bernie. Desde ya hace meses el socialista está atacando ad nauseam a la ex first lady, por el apoyo dado a la invasión iraquí por la senadora en 2.002. Se trata de una efectiva incongruencia, dado que hoy Hillary no hace más que repetir que el conflicto ha sido un error. Pero también de una coartada para el mismo Sanders, que muy a menudo – en mítines, entrevistas y debates - se ha encontrado proyectando específicas preguntas sobre asuntos exteriores, trayendo a colación Irak a modo de deus ex machina. Sin, finalmente, olvidar que Hillary no pierde ocasión de echarle en cara haber apoyado la intervención bélica contra Gadaffi en 2.011.

Siempre en el curso del debate demócrata de Milwaukee, ha surgido después otra interesante polémica; cuando Sanders ha criticado a su rival por haber declarado inspirarse en Henry Kissinger sobre las cuestiones de foreign policy. Bernie ha cargado duramente: no solamente el secretario de Estado de Richard Nixon habría creado inestabilidad en Camboya, permitiendo el ascenso de Pol Pot. Sino que incluso su apertura a Pekín de 1.972 habría favorecido el traslado de empresas americanas a suelo chino, con desastrosas consecuencias para los puestos de trabajo estadounidenses.

Y es justamente en este punto donde ahora se comprende como la tentativa de reducir la política exterior de Sanders simplemente a la inexperiencia es un juicio reductivo. Porque también debe ser verdad que no dispone de excesiva competencia en la materia (dado que - comenta "Politico" - parece que esté construyéndose en estos días finalmente un staff de expertos, desde Lawrence Korb, del "Center for American Progress", a Lawrence Willkerson, ex consejero de Colin Powell). Sin embargo, las posiciones expresadas sobre asuntos exteriores por el candidato socialista reflejan en buena medida sus perspectivas de economía y domestic policy. En otras palabras, su tendencial aislacionismo no es más que la lógica consecuencia de las políticas económicas proteccionistas que desde hace tiempo propone: entre ellas la firme oposición a los tratados internacionales de libre intercambio, como la Trans Pacific Partnership.

Un reciente artÍculo de Emile Simpson aparecido en Foreign Policy ha mostrado por otra parte como las varias almas del populismo americano están hoy apuntando a desmantelar los dos pilares de la política estadounidense en las últimas décadas, dos pilares inseparablemente interconectados: intervencionismo militar y expansión del libre mercado. Tanto que la actual campaña para las presidenciales de 2.016 se presenta cada vez más caracterizada por la contraposición de dos líneas, ahora transversales a los principales partidos: los halcones y los aislacionistas. Los primeros, representados en este momento por Hillary Clinton. Los segundos, por Donald Trump y el mismo Bernie Sanders.

Imagen: Pixabay.


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